Medea, ¿es importante la caja en un perfume?

Madrid, mes de mayo, tarde de primavera; calle Ríos Rosas, número 45. Un local bastante poco atractivo señala Medea, es precisamente el restaurante que estaba buscando. Tras abrir la puerta se accede directamente a aun comedor que a primera vista tampoco dice bastante. Un local austero, con poco o ningún encanto decorativo. Ese es el comienzo de un almuerzo en Medea, un restaurante relativamente reciente en el que no hay carta alguna; funciona con tres menús degustación (corto, mediano y largo) . Optamos por el mediano. 




Medea es el proyecto hostelero de un joven cocinero, Luis Ángel Pérez, un vallisoletano con un curriculum  top (Zalacaín, DiverXO, Aponiente, Arriba...) que presenta un concepto bastante inclasificable pero que la verdad funciona bien. Cocina de fusión con multitud de contrastes en cada uno de sus platos, juegos interesantes de texturas y de sabores con algunas chispas de genialidad hacen de la experiencia gastronómica un viaje ciertamente atractivo. Cierto es que no es una cocina que guste a todo el mundo, pero si al comensal en cuestión le atrae ese factor sorpresa y esa amalgama de sabores superpuestos, el resultado seguramente será satisfactorio. A mí personalmente, esa historia me engancha así que en ese sentido Luis Ángel jugaba en casa conmigo.



 Fusiones insólitas de culturas antagónicas e ingredientes aparentemente opuestos que, sin embargo, consigue ligar con absoluta armonía, componen un menú en el que la sorpresa es una constante y en el que es fácil apreciar una cocina viajera, reflexiva y bastante iconoclasta. Pérez juega con los ingredientes a su antojo y no repara demasiado en si eso se puede o no se puede. Si consigue el efecto pretendido es válido. Así presenta platos tan originales como el  "viaje a ninguna parte” que aúna un receta típicamente japonesa como es el sashimi de vieira curada en soja y miso con ingredientes peruanos como el ceviche de gambón y unos tallarines de nabo Daikon con pesto genovés; o un plato bautizado “Perdido en un campo de maíz” consistente en la descontextualización de un producto como es el salmonete que viene acompañado por una sopa de aguachile de maíz y palomitas de maíz. Cada uno de los platos tiene diferentes matices y denota un estudio profundo de los mismos hasta conseguir esa cocina de sabores y sensaciones que Pérez persigue desde el primer al último pase.


Al final de la comida personalmente la satisfacción es total, pero cierto es que uno vuelve a levantar los ojos y ver el comedor y uno se pregunta si es viable separarse de la tendencia. En estos tiempos infames para la lírica donde el postureo y la apariencia parecen acapararlo todo, plantearse un proyecto como Medea supone un riesgo evidente. Pero como siempre la pregunta es la misma ¿ustedes en un  perfume dan importancia a la esencia que contiene el frasco, al frasco o a la caja? Seguramente ahí radica el tema. Si lo primordial es la caja Medea no va a ser su sitio. Si, por el contrario, dan prioridad a la esencia, a esas notas de salida, a las posteriores notas de corazón y a las ulteriores notas finales, la experiencia en Medea les va a parecer cuanto menos diferente, enriquecedora y divertida.





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